Bordar para Luchar y Sanar en Colectividad

Por: Karen Rosentreter Villarroel, historiadora del arte y artista visual

Quién iba a imaginar que un objeto tan pequeño y noble como una aguja, adquiriría tanto valor social en nuestros tiempos. La práctica de bordar está implícita en nuestras vivencias femeninas y desde esas mismas experiencias, hemos sabido reinventarla.

Para muchas, las primeras referentes del mundo textil, fueron nuestras madres, hermanas, abuelas y amigas. Como conocimiento ancestral traspasado de boca en boca, la colectividad del hogar ha sido el espacio de aprendizaje del tejido y el bordado por excelencia. Sin embargo, antiguamente las técnicas textiles también fueron parte de programas de estudios, donde estas enseñanzas se destinaban a fortalecer la imagen de la mujer, potenciando sus habilidades para beneficio del que sería su futuro núcleo familiar.

La transformación de esta disciplina artística en una herramienta de lucha tiene diferentes matices dependiendo desde que sitio se estudie. En Europa, el trabajo de la historiadora del arte Rosika Parker marca un antes y un después en la historia del bordado. En su libro “The Subversive Stitch: Embroidery and the Making of the Feminine”[1] hace un exhustivo analisis de fuentes litearias y diferentes vestigios que dan cuenta de la vida cotidiana de la época. Uno de los objetivos de Parker, fue reflexionar sobre la naturaleza subversiva del bordado femenino, cuestionando desde esta práctica cuál ha sido el rol histórico de la mujer en la sociedad.

En América Latina, existe una fuerte tradición textil mayoritariamente documentada desde el valor identitario de los pueblos. Si pensamos específicamente en Chile y su historia textil, Violeta Parra es un nombre que aparece con fuerza. De una genialidad que trasciende, pero de historias nobles y batallas enérgicas que narrar, surgen sus primeras arpilleras. Si bien, ella tiene mayor reconocimiento por su obra como cantautora, sus textiles poco a poco han adquirido mayor valorización en su trayectoria. Las puntadas de esta artista fueron lo suficientemente fuertes como para cruzar el océano y llegar al Louvre, uno de los museos de arte de mayor reconocimiento mundial. La hazaña de la Violeta se menciona poco en los libros de arte, y eso que fue la primera mujer latinoamericana en traspasar estas barreras separatistas (propias de la colonización). La beta visionaria del trabajo multidisciplinario de Violeta Parra marca no tan solo la historia del arte en Chile, sino que también la de todo el continente.

Otro capítulo fundamental en la historia textil de Chile lo cosieron las arpilleras. Estas piezas fueron creadas en una de las épocas más grises de nuestro país, la dictadura cívico militar que se extendió entre 1973 y 1990. Mujeres humildes, que no alardeaban de ser artistas y que no tomaron sus conocimientos de una fuente institucional que las legitimara en el medio cultural, contaron al mundo las violaciones a los Derechos Humanos como verdaderos “Periódicos de Telas”[2]. También resultaron ser un sustento económico importante para sus familias, aspecto que significó una victoria social para las mujeres en la época.

Hoy en día, el legado de las arpilleras sigue. El trabajo de colectivos textiles se potencia cada vez con más fuerza en toda América Latina, poniéndose como objetivo denunciar aquellas violencias que atraviesan las sociedades. Diversas agrupaciones han puesto sus puntadas a la disposición de causas humanitarias, pero también para sanar desde la declaración de principios y la búsqueda de justicia social.

Desde lo anterior, surge la manifestación textil Mil agujas por la Dignidad.[3] Esta idea que partió como algo local, se trasformó en un grito de denuncia y sanación para diferentes chilenos y chilenas que estábamos repartidos por el mundo. En octubre de 2019 nos despertamos atónitos con noticias de represión y violaciones a los Derechos Humanos, imágenes aberrantes que jamás creímos volver a ver en Chile. Si bien, esta causa surge desde mi gestión personal como artista chilena, este proyecto movilizó a diversos colectivos textiles de diferentes partes del mundo, que venían realizando una importante labor social desde antes. Por otra parte, también propició la creación de nuevas agrupaciones que perduran hasta la actualidad.

El 7 de diciembre de 2019 se manifestaron miles de agujas en más de 83 localidades del mundo, creando tendederos públicos de acusación no tan solo por Chile, sino que por toda la desigualdad social que azota a Latinoamérica. En la actualidad el proyecto sigue, a modo de manifestación constante que busca potenciar y reconocer el trabajo textil de artistas y colectivos de todo el mundo, propiciando redes y espacios de encuentro.

La denuncia surge desde el anhelo de justicia, y si la justicia llega, son muchas más las posibilidades que se tienen de sanar. Este proyecto me ha permitido conocer el trabajo de numerosos grupos y artistas textiles que han puesto sus habilidades al servicio de problemáticas colectivas. Las agrupaciones son integradas mayoritariamente por mujeres; mujeres que ya no bordan en la intimidad de su hogar, sino que lo hacen para manifestarse en contra de la homofobia, los femicidios, el racismo y las dolencias latentes de un pueblo entero si es necesario. Tal es el caso del “El Ojo de la Aguja”, colectivo que desde el año 2016 han construido un Memorial y archivo bordado por los líderes y lideresas sociales asesinadas sistemáticamente en Colombia. Otro proyecto que conmueve por las razones que lo originan, es “Ámate”. Este espacio de sanación textil es liderado por la artista Gina Vega, quien fue acusada de un delito que no cometió, lo que la llevó a estar privada de libertad por ocho meses. Durante el tiempo que estuvo en la cárcel, desarrolló talleres de bordado que permitiron darle empleo digno y honrado a 25 mujeres privadas de libertad. Actualmente, el proyecto pretende seguir desarrollándose en otros recintos penitenciarios de México.

Indiscutiblemente el bordado es más que una posibilidad de romper con estereotipos y trivialidades vinculadas a los conflictos del género. Hoy se reivindica y posiciona como una enérgica herramienta de lucha política, pero además, como una práctica que permite reencontrarnos para sanar.

Referencias

PARKER, Rozsika. The subversive stitch. Embroidery and the making of the feminine. Women’s Press. Londres, 1996.
GAMBARDELLA, RAFFAELLA y VALDIVIA, JAIME. Periódico de tela. 2007.
[1] PARKER, Rozsika. The subversive stitch. Embroidery and the making of the feminine. Women’s Press. Londres, 1996.
[2] Hago alusión a la exposición Periódico de tela (2017), donde se presentaron 54 arpilleras por motivo del centenario del natalicio del presidente Salvador Allende. De manera simultánea a esta muestra se grabó un documental que lleva el mismo nombre.
[3] Para obtener mayor información sobre la manifestación, revisar el sitio online de Mil agujas por la Dignidad. www.milagujasporladign.wixsite.com/manifestaciontextil

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